Rosados al alza: la alegría de la fruta
Los vinos rosados han vuelto a ocupar el puesto que se merecen, a ser apreciados y solicitados. Sólo han necesitado que las bodegas tomaran conciencia y los elaboraran con uvas de calidad y rigor técnico. La mejora de su nivel cualitativo es los últimos años ha sido más que evidente, y su gran proyección internacional es el reflejo.
Por fin quedaron atrás años de ostracismo en los que el rosado cargaba con sambenitos del tipo “vino menor” o “el vino para los que no saben de vino”. ¡Un auténtico disparate! Un buen rosado es muy complicado de elaborar, cualquier bodeguero lo sabe. Lo deseable es conseguir rosados con nitidez y limpieza de color, aromáticos, frescos, frutales, equilibrados y suaves, a los que también se les puede demandar cierta complejidad y estructura. Digamos que son más ligeros que un tinto y que tienen más cuerpo que un blanco.
Son vinos refrescantes, perfectos para el día a día y muy versátiles, ya que armonizan con una gran variedad de platos: fiambres y embutidos, patés, quesos frescos, frituras de pescado, pescado azul o en salsa, arroces, pastas, carnes blancas, marisco… Incluso postres y cocina oriental
Hoy día podemos encontrar rosados de nivel en prácticamente todas las regiones vinícolas del país; y cuentan con una gran proyección en zonas tradicionales como Navarra y Cigales, y otras como Aragón, Rioja, Penedès, Utiel-Requena o Méntrida.
¿Y qué uvas se emplean en su elaboración? La garnacha y la tempranillo, las dos uvas tintas más extendidas en el viñedo español, juegan un papel destacado. También se utilizan otros variedades locales como la bobal y la monastrell… y castas foráneas como la cabernet sauvignon y la merlot. Un amplio abanico de opciones para diseñar rosados en versión varietal o ‘coupage', con diversos estilos y técnicas, puesto que no se deja de innovar.
Más ligeros o más carnosos, más sencillos o más complejos, lo cierto es que los rosados conforman una categoría recuperada para los vinos de calidad.