El vino según el tipo de suelo
El tipo de suelo en el que está plantada una viña es uno de los factores que más influye en el vino. Son esos suelos donde crece y se alimenta la planta, y esos nutrientes y las condiciones en las que se desarrolla van a resultar determinantes en el perfil de vino. No olvidemos además que esa tierra (suelo) es fruto de las condiciones climáticas y orográficas del lugar en el que está situada. Y todos estos factores van a influir en el vino obtenido a través de las uvas que dan esas cepas.
Es la razón por la que bodegueros y elaboradores inciden tanto en los tipos de suelo en los que trabajan y a los que se enfrentan, pues no siempre son fáciles de ‘tratar’ por las características propias de cada uno. Hay suelos más sufridos que otros en el sentido, por ejemplo, de que unos aguantan mejor la sequía, u otros tienen mejor capacidad de retención del agua para cuando la planta la requiere. Motivos todos que hacen del suelo un importante valor añadido del vino.
Es crucial elegir, en la medida de lo posible, la localización del viñedo, pues esto condiciona las horas de sol que recibirá y la cantidad de agua. También es importante considerar la inclinación del terreno y el entorno que lo rodea. Además son relevantes factores como la textura de ese suelo, los componentes externos e internos (nutrientes, materia orgánica, minerales, acidez…), la profundidad, el drenaje, etc. Todo influirá en el vino resultante, siempre que sobre ese suelo se apliquen prácticas respetuosas con el medio ambiente; y después, en la bodega, se tomen decisiones de elaboración en pro de respetar su singularidad.
Tipos de suelos más habituales
En cuanto a los suelos más habituales de nuestros viñedos, podemos resumirlos en estos ocho tipos.
Arenosos. Son suelos de arena, sueltos, lo que facilita que las raíces crezcan en profundidad. Favorecen el drenaje del agua y de la materia orgánica, con lo que retienen poca humedad. Necesitan poca agua y se asocian a vinos finos, ligeros, aromáticos, con baja acidez y poco grado, porque las uvas maduran antes. Apuntar que fue en este tipo de suelos donde no se propagó la filoxera.
Pedregosos o aluviales. Como el nombre permite deducir, suelos cubiertos de piedras, generalmente cantos rodados, que recogen el calor del día y lo irradian por la noche, lo que ayuda a la maduración de los frutos. Además facilitan el drenaje, eliminando el exceso de agua. Se asocian con vinos potentes y con grado.
Arcillosos o limosos. Compuestos de arcilla o pequeños limos. Son poco permeables y estupendos para la retención de agua (humedad) y nutrientes que pueda necesitar la planta. Por eso son suelos frescos, pero también los que más sufren cuando hay sequía, pues se endurecen. En su caso hablamos de vinos elegantes, con volumen pero también con taninos… característica estupenda para que los vinos que se consigan tengan capacidad de envejecimiento.
Francos. Se trata de una mezcla de dos de los anteriores: arcillosos y arenosos. Son suelos pobres en materia orgánica y permeables. Las cepas producen menos, y esto se suele relacionar con mejores vinos, porque las uvas también son mejores. Están considerados los mejores para el cultivo de las vides.
Pizarrosos. Pobres en materia orgánica, por lo que las raíces deben buscar el alimento en zonas más profundas. La pizarra retiene el calor y ello favorece la maduración temprana de las uvas, además de un mayor grado. En los vinos aparecen aromas minerales, aparte de ser elaboraciones, por lo general, complejas y con buena estructura.
Graníticos. Son suelos sueltos, de textura arenosa. Transmiten el calor diurno, pero por la noche se enfrían, por lo que las uvas maduran más lentamente que en los anteriores. Lo que sí tienen en común son esas notas minerales en los vinos, a las que los suelos graníticos aportan buena acidez y sensaciones salinas.
Calcáreos o calizos. Son los suelos compuestos de carbonato cálcico, principalmente, junto a otros materiales, pedregosos y de un color entre blanco roto y amarillento. También se les conoce como calizos, pues proceden de la descomposición de piedras calizas. Suelen tener un buen drenaje y capacidad para retener agua. En cuanto al vino, aportan grado alcohólico, estructura y baja acidez. Lo que sí hay que señalar es que un exceso de caliza en el suelo puede provocar desequilibrios en el crecimiento de la planta.
Volcánicos. Proceden del material volcánico, como son la lava y las cenizas, y son suelos ricos en minerales. Destacan por una gran permeabilidad y por retener el calor. Esto se traduce en vinos con buena acidez, notas minerales y aromas empireumáticos. Ah, también son suelos que se libraron de la filoxera.
En el viñedo español encontramos una importante diversidad de suelos, y, por tanto, grandes diferencias entre unas zonas productoras y otras. De hecho, algunas zonas tienen en los suelos una de sus principales señas de identidad. No obstante, es habitual la convivencia de distintos tipos de suelos en un mismo territorio, sobre todo, cuando se trata de zonas vinícolas de gran extensión.