El vidrio es, sin duda, el mejor medio de conservar durante largo tiempo las cualidades de un vino; un material que no transfiere directamente ningún tipo de sabor ni aroma. Pero la botella de vidrio es mucho más que un mero envase: forma parte activa en el desarrollo del vino. ¿Cómo? La botella influye en el envejecimiento del vino a través del fenómeno de la reducción (o asfixia), que permite un mejor desarrollo del “bouquet”, redondea el vino y le aporta aromas y sabores más sutiles y elegantes.

En el mercado encontraremos vinos con botellas de diferentes formas, colores (verde claro, verde oscuro, marrón…) y tamaños. Hablemos de tamaños. Las botellas habituales tienen una capacidad de 75 cl. Por debajo encontramos las botellas de 37,5 cl y de 50 cl, ideales si estamos solos o bebemos poco (no daremos pie a que el vino se oxide). Y por encima, el formato mágnum (1,5 litros) y apuestas más atrevidas o con carácter conmemorativo como el doble mágnum (3 l), matusalem o imperial (6 l), nabucodonosor (15 l)…

Pero, ¿el tamaño de la botella influye en el desarrollo de un vino? Sí: no tiene la misma evolución un vino en una botella de 75 cl que en un mágnum. La teoría nos dice que un formato mágnum (1,5 l) puede alargar la vida de un vino más que una botella de 75 cl.
¿Por qué? En función del tamaño de la botella, la proporción oxígeno-líquido varía. Así, cuanto más grande sea la botella, la proporción de oxígeno en relación al volumen de vino será más pequeña y, por tanto, el vino envejece más lentamente y se conserva más tiempo (recordad que todo vino, antes o después, acaba muriendo).

Por eso, el mágnum se considera un formato muy apropiado para los tintos con crianza capaces de evolucionar en botella varios años. Tú mismo puedes hacer la prueba: compra un mismo vino en formato estándar (75 cl) y en formato mágnum, y guárdalos un tiempo en las mismas condiciones. Al descorcharlos comprobarás si los vinos tienen diferencias palpables.