Porque en los orígenes Rioja fue tierra de vinos blancos. De unos años a esta parte, el vino blanco de Rioja están cogiendo fuerza y ganando identidad, lo más importante de cara al mercado. Una realidad que hace pocos días comprobamos en el Salón de los Blancos de Rioja organizado en madrid, en el que participaron 48 bodegas. Entre ellas, firmas que vienen elaborando vinos blancos desde el principio, y otras que poco a poco los están incorporando a su gama de vinos.  

La demanda está animando a muchas firmas riojanas a regresar a aquellos orígenes. Rioja fue territorio ‘blanco' siglos atrás, aunque ahora pudiera resultar increíble. Y es desde ese argumento histórico que el Consejo Regulador lleva varios años trabajando en pro de sus elaboraciones blancas, reivindicando las uvas propias e incluso autorizando, hace doce años, la entrada de nuevas variedades ajenas al territorio (verdejo, chardonnay y sauvignon blanc).  

No obstante, en el vino blanco de Rioja son las castas propias las que ganan terreno y están pegando fuerte. Sobre todo, viura, garnacha blanca y malvasía, que además son las únicas autorizadas desde la fundación de la D.O. en 1925. En aquel momento se incorporaron también otras autóctonas, como la maturana blanca (la variedad más antigua riojana), turruntés y tempranillo blanco (aparte de las ‘externas').  

Los datos están ahí: la tempranillo blanco ya está por encima de las 800 hectáreas de viñedo y va en aumento. Aunque la estrella incuestionable en lo que a castas blancas riojanas respecta es la viura, con casi 4.000 hectáreas y cepas antiquísimas.  

En el extremo opuesto, la plantación de verdejo -que tanto ruido provocó inicialmente- no va mucho más allá de las 300 hectáreas. Y además aseguran desde la denominación que se ha estancado.  

En total, Rioja reúne a día de hoy unas 6.000 hectáreas de viñas de uvas blancas (esto es el 9% del viñedo riojano).  

Blanco de Rioja: uvas autóctonas al poder 

La idea es dar protagonismo al terruño y con ello a lo autóctono, al hecho diferencial, al origen. A ello responde ese poderío de su blanca más identitaria: la viura. Esta variedad exige un manejo con tino de los tiempos de contacto con la madera, para que la barrica no se imponga a la fruta. De ahí el valor de las cepas viejas, pues al reducir los rendimientos la uva presenta un carácter menos ligero, y aguanta mejor cuando se enfrenta a la crianza. No obstante, viura y crianza en barrica es seña de identidad riojana hablando de vinos blancos. 

En cualquier caso, una demanda activa y unos mercados receptivos también han favorecido la llegada de esas otras variedades blancas con paso firme, porque en los últimos años están demostrando todo el potencial que tienen y lo bien que se entienden entre ellas. Entre estas castas, la garnacha blanca, maturana y tempranillo blanco resultan las más expresivas y contundentes. Además, las dos primeras no paran de ganar adeptos por su acidez y frescura.  

En el caso de la tempranillo blanco, señala Pablo Franco, director técnico del Consejo, “valoro su plasticidad, ya que es una uva que da juego cuando está madura, pero también en vendimias más tempranas”.  

Como ocurre en todos los territorios, hay muchos vinos que dan y quitan la razón por motivos diversos. Lo cierto es que se pueden encontrar diversas tipologías de vino blanco de Rioja. Eso sí, son vinos que demuestran que la fuerza de las variedades autóctonas es suficiente para no tener que recurrir a las foráneas.